La crisis del fútbol boliviano, lejos de encontrar soluciones, se agrava con el transcurrir de las semanas. Ya no solamente se trata de un club condenado por anticipado al descenso, o de otro que a punta de derrotas peligra con el indirecto. Se trata de una asfixia económica y deportiva que ennegrece el panorama del fútbol nacional, apenas barnizado por la participación en torneos internacionales y que ya dejaron de ser tabla de salvación.
Temporada tras temporada se vienen extendiendo, como si de un virus futbolero se tratara, la mala administración de los fondos, las erróneas decisiones deportivas, casos de corrupción que son inocultables, lo que ha degenerado en la falta de confianza de los patrocinadores, en tanto que los espectadores retacean su retorno a los estadios, con más miedo a los pobres espectáculos que a la pandemia por el Covid-19.
Si bien la crisis en inicio golpeó a los más débiles, a clubes con bajo presupuesto y que representan a ciudades que no pertenecen al eje troncal, los tentáculos de esta crisis alcanzan ahora también a clubes que ostentan añejos y victoriosos pergaminos, que han tenido páginas gloriosas en la competencia nacional y reconocimiento por buenas campañas en la Copa Libertadores de América.
Es un escenario cuasi dantesco, en el que los que solían estar arriba ahora aparecen caídos, mientras los caídos ya se van hundiendo. Uno que otro saca la cabeza, favorecido por la desgracia ajena y, hay que reconocerle, los aciertos propios. Pero son apenas la excepción que confirma la regla.Y en esta grave crisis mucho tienen que ver dos ejes que primero aparecieron como ventaja (para algunos) y han terminado minando fuerzas y recursos de todos, sino basta ver que el otrora poderoso Bolívar se debate entre altas y bajas, que en las arcas de Wilstermann no queda rastro de sus recientes ingresos por torneos de Conmebol, o que Blooming se encuentra al borde del barranco, por citar los casos más llamativos. Uno de los talones de Aquiles ha resultado la televisación de partidos, que con una saturación perversa desgasta el producto, pues en este caso la calidad va en sentido inversamente proporcional a la cantidad. A más partidos que se organizan, menor es el interés que despiertan, con equipos sin grandes figuras, con escasa promoción de nuevos valores, pobre nivel de arbitraje, entre otros lastres.
El otro gran talón de Aquiles es el sistema de campeonato todos contra todos, que apunta también a la mayor cantidad de partidos por un beneficio económico pues eso de la “justicia deportiva” es una falacia que no se la creen ni los que en un principio se creyeron beneficiados, pero ahora sufren las consecuencias de un torneo que desgasta los bolsillos con tanto pago de viajes en avión y estadías en hoteles, además de impedir tener una alineación de memoria debido a tantos cambios por lesiones y ‘rotaciones’. En la medida en que males como estos persistan, la solución a la crisis deportiva y económica no sólo que estará más lejos, sino que seguirá haciendo caer a más clubes. Que el último apague la luz.
Por Roberto Aguirre Durán