Por Antonio Farías Gonzalez
The Strongest asumió el choque contra Peñarol sin la convicción de poder revertir los cuatro goles de desventaja de su amarga cosecha en Montevideo.
Flotaba en el ambiente una mezcla de desazón por la goleada sufrida ante los uruguayos, un descreimiento de la gente seguidora del club sobre las reales posibilidades futbolísticas para lograr la hazaña de remontar el marcador, y una molestia marcada con la dirigencia atigrada.
El discurso del entrenador Ismael Rescalvo -cuestionado por su prolongada ausencia- no podía ser otro que el de luchar para lograr el objetivo. Los futbolistas se adhirieron a esa idea e intentaron, con muchas limitaciones inclusive en lo anímico, conseguir una goleada inalcanzable debido al pobre rendimiento mostrado en ambos conejos.
Algo le hizo falta al cotejo entre aurinegros bolivianos y charrúas: emoción. Entre la inoperancia de los locales, y la comodidad defensiva de los visitantes, los noventa minutos transcurrieron sin mayores sorpresas a medida que la escasa ilusión de los hinchas desaparecía rápidamente.
La historia terminó en fracaso de los atigrados, pues ni siquiera arañaron la clasificación, estuvieron muy lejos en el marcador y en el nivel competitivo. Los refuerzos como el panameño Abdiel Ayarza o Maxi Caire no aportaron casi nada, y los referentes como Triverio y Viscarra tuvieron un rendimiento lejano a sus condiciones.
A todo el equipo le faltó algo primordial, innegociable e ineludible para un stronguista que se respete: la garra. Y eso para el hincha autógrafos es innegociable.