Por Antonio Farías
Las imágenes que golpean a más de un hincha atigrado desde la pantalla del televisor, al ver el rostro lloroso del panameño Rolando Blackburn, luego de la derrota ante Real Santa Cruz que significó no alcanzar el título de campeón que el equipo gualdinegro persigue con desesperación hace cinco años, son la evidencia del descalabro.
O sufrir la estrepitosa caída en directo, inmóviles en las tribunas del estadio «Juan Carlos Durán Saucedo», observando mudos la salida de los jugadores del campo hacia el túnel, cabizbajos, abatidos, algunos de ellos avergonzados y otros, lamentablemente, pensando en un futuro con diferentes colores.
Inmediatamente sin embargo, la aparente pasividad del hincha da lugar al estallido de rabia que se expresa en rechiflas contra los protagonistas, reclamos airados contra la que consideran una pésima gestión dirigencial, el rechazo visceral al trabajo del entrenador y su propuesta mezquina para afrontar los partidos.
The Strongest se quedó sin vuelta olímpica por octava vez consecutiva, pero en esta ocasión el fracaso fue más doloroso para el aficionado, acostumbrado a triunfos logrados «aún con la camiseta».
El equipo jamás funcionó como tal y la garra característica del ADN atigrado no apareció en el cotejo clave , una verdadera final, perdida merecidamente contra los albos.