La Eurocopa 2020 que estrenó nuevo formato y tiene a 11 países, trata de superar una asignatura pendiente que aqueja al fútbol europeo y que, de un tiempo para acá, ha ido tomando fuerza; el racismo.
Las ligas europeas, son las que más reflejan esta problemática, ya que cada vez surge ca-sos de conductas racistas hacia los futbolis-tas, sobre todo a los de raza negra. Si bien, la FIFA ha tomado algunas medidas para inten-tar erradicar el racismo en los estadios de fútbol, estas no han rendido frutos, convir-tiéndose en una permanente situación de análisis.
Esta Eurocopa es una de las más multicultu-rales de todos los tiempos. La pluralidad se debe a las raíces de varios de sus protagonis-tas. El fenómeno precede a la globalización, ya que, desde el primer mundial, hace 91 años, ha habido deportistas naturalizados. Ahora, sin embargo, ha ganado una escala sin precedentes. Aproximadamente el 15% de los protagonistas de la Euro 2020 son extranje-ros o hijos de inmigrantes.
Francia es el equipo más heterogéneo y pre-cisamente el principal favorito. El actual cam-peón del mundo tiene a dieciséis deportistas descendientes de antiguas colonias como Ar-gelia, Mali, Congo, Túnez y Guadalupe. Tam-bién esta Euro será la más politizada, reflejo del fervor de este crisol étnico. Temas como el racismo, la xenofobia y los efectos de las viejas guerras nunca han sido más debatidos sobre el terreno.
Romelo Lukaku, hijo de congoleño y que sufrió muchos actos discriminatorios, dijo que “Creo que el racismo en el fútbol está en su punto más alto, debido a las redes sociales”. Atletas de renombre como él y el alemán Antonio Ru-diger, defensa del Chelsea nacido en Sierra Leona, han estado luchando contra los prejui-cios con firmeza.
El camino es largo, como se vio en el debut de Bélgica, en San Petersburgo. Lukaku, sus compañeros y el árbitro del juego se arrodilla-ron en el césped en un gesto que se convirtió en un símbolo de los movimientos antirracis-tas. Los futbolistas rusos, sin embargo, se pu-sieron de pie y algunos de los fanáticos desde las tribunas los abuchearon.
Los jugadores de Hungría y Croacia, otros países con un fuerte sesgo nacionalista, tam-bién se negaron a arrodillarse. Ganó Hungría 2-1.
“Desde nuestro punto de vista cultural, este gesto es una provocación”, dijo Viktor Orbán, primer ministro de derecha húngaro, quien li-beró el 100% de la capacidad pública en los Juegos de Budapest y, aficionado al fútbol, ha estado utilizando el deporte como propagan-da electoral con el objetivo de un quinto man-dato en 2022. Controversias como un detalle en el uniforme de Ucrania (un mapa que in-cluye Crimea, región anexada por Rusia) y un gesto supuestamente supremacista de Marko Anautovic, un austriaco de origen serbio, en partido contra Macedonia del Norte, marcó la ronda inaugural.
Las escaladas reflejan décadas de cambios demográficos. La historia del deporte ya se-ñala un riesgo real: que los vencedores sean ensalzados como héroes de un mundo sin fronteras, mientras que los derrotados serán víctimas de aún más prejuicios. Así fue con la Francia de la generación de Zinedine Zidane y tantas otras.
En las conquistas, el bleu, blanc, rouge (azul, blanco, rojo) de la bandera dio paso al bleu, blanc, beur (azul, blanco, árabe), una oda a la pluralidad.
En los fracasos, la xenofobia marca la pauta, pero la lucha de los jugadores continúa por buscar la pluralidad.